¡Hola! Soy Fiorella, tengo 28 años, mi profesión principal es la arquitectura y es mi destino venir de una familia de migrantes. Mi bisabuela nació en Trieste cuando esta ciudad, hoy italiana, pertenecía aún al Imperio Austro-Húngaro y su familia la envió a Calabria para escapar de la gran guerra. Mis abuelos se criaron entre la punta y el tacón de la gran bota italiana y llegaron en barco a las Américas. Mis padres nacieron en el hemisferio austral, en Buenos Aires, Argentina, y yo... bueno, yo soy la única de mi "estirpe" que nació en Bergamo, la ciudad del Arlequín de la comedia del arte, a unos 50km de Milán y otros tantos de la frontera con Suiza (paraíso, entre otras cosas, del chocolate) y, claro que sí y olé, desde 2011 planté mi bandera en la península ibérica, antes entre un lado y el otro de la Sierra de Guadarrama y luego, desde 2013, hice de Barcelona mi hogar. Una de las mayores desventajas de nacer italiano es, quizás, que, de pequeños, nos acostumbraron a comer bien y a gozar de la buena comida y que, de mayores, vayas donde vayas alguien nos preguntará si es cierto eso de que hay que lanzar los espaguetis a la pared para comprobar que están al punto (puede parecer un tópico, pero os aseguro que en mi historia personal tiene mucho fundamento y de paso, ya os digo también que eso de los espaguetis no queda muy bien preguntarlo y menos aún hacerlo). Mezclar ingredientes siempre me ha parecido una maravillosa arte, y desde muy pequeña coleccionaba recetas de todo tipo que encontraba en periódicos, revistas, envases, etc. y que aún descansan (en paz) en un cajón de casa de mi madre... la cual, por cierto, un día en el que tenía unos pocos años tuvo la feliz idea de enseñarme un juego maravilloso llamado "hacer un pastel" (aunque, por deber de crónica, creo que es mi padre el que se lleva la palma de cocinero sibarita de la familia). En fin, así fue que descubrí que amasar, mezclar, batir y hornear tenía un efecto "zen" para mi. De hecho, en mi adolescencia utilicé (sin tener conciencia de ello) a menudo la cocinoterapia para relajarme de todas esas cosas que agobian a esa edad, y de ahí en adelante. Como en toda historia de amor, por supuesto, yo y la comida tuvimos nuestros altibajos, y también nuestros momentos difíciles. Culpables quizás mis anticuerpos, un día dejamos de entendernos, hasta el borden de la desesperación de no saber qué comer porque todo lo que había comido hasta aquel día ahora me sentaba fatal. Como soy así de cabezota, decidí que había que hacer algo para arreglar esa situación y empecé a informarme, leer, investigar, experimentar, en búsqueda de un nuevo equilibrio. No soy experta en nutrición, evidentemente, pero creo que he probado (y fracasado) lo suficiente hasta finalmente dar con mi fórmula. He aprendido a conocer los alimentos, pero sobre todo a conocer mi cuerpo, así que la idea de este espacio nace sobre todo para compartir mi ruta personal de descubrimiento con otr@s, en la esperanza que os inspire para encontrar vuestra propia manera en la cocina. |